Casi

Los rayos del sol son puñales que desgarran las capas más superficiales de su piel, y penetran por sus poros. Gotas de fatiga resbalan por su cuerpo. No camina, se arrastra por la arena ardiendo. Cae sobre las rodillas y, tras tratar inútilmente de incorporarse se deja desplomar sobre su pecho.

La arena es suave, pero pegajosa, y nota cómo impregna sus ropas. Se queda unos minutos así, tumbado, inmóvil, con los ojos muy abiertos y la respiración fuerte, agresiva. Dobla los brazos con decisión y levanta su cuerpo despacio, haciendo el mayor esfuerzo físico que nunca hizo y consigue erguirse, aún sin poder evitar que sus piernas tiemblen involuntariamente.

Sopla un viento fuerte que golpea su cara, limpiándola de sudor y miedo, apartando el pelo de su frente. Cierra los ojos, para abrirlos luego con fuerza. Ve algo.

A lo lejos, quizá a unos cien metros.

Un gran lago, quizá un río.

Agua.

Olvida por completo que está exhausto y comienza a correr, sin saber muy bien cómo, a una velocidad a la que jamás se hubiera visto capaz. En un instante deja de sentir la molesta fatiga que lo lleva acompañando días y sigue corriendo, sin nada más en su mente que el deseo de saltar al agua; el deseo de seguir viviendo, ese que tantas veces atrás estuvo a punto de perder. No está muy seguro, pero puede que incluso esté sonriendo; no recuerda bien cómo se hacía eso, y tampoco si aún es capaz de hacerlo.

Entonces llega y se para unos segundos enfrente del gran lago. Es precioso. Desde lejos parecía un lago cualquiera, incluso algo sucio, pero al verlo de cerca puede apreciar sus aguas de cristal, su escasa vegetación en la orilla, sus piedras resbaladizas, sus peces brillantes… Es perfecto.

No lo piensa dos veces y salta al agua. Quizá no debió haber hecho eso, ya que ahora nota el dolor de la caída, a pesar de que está rodeado de agua: era menos profundo de lo que creía. Espera un poco a que se pase el dolor, sin embargo eso no evita que siga sintiéndose feliz de haber encontrado ese maravilloso lago. Nada un poco, nota cómo todo su cuerpo se relaja y se recupera. Pasa horas en el agua, hasta que empieza a notar que la piel de sus dedos se arruga y decide salir.

Al salir del lago vuelve a notar fuertemente el calor, como si de pronto el sol hubiera decidido brillar con más fuerza. Mucha más fuerza que antes. Nota de nuevo toda su piel caliente, húmeda de sudor y su cuerpo cansado. No se lo piensa dos veces y decide volver al lago. Se gira dispuesto a volver a entrar, pero ya no está. Todo lo que hacía unos segundos tenía delante acababa de desaparecer.

- ¡Vaya, otro espejismo!