Tenjō tenge

Publicado en por Xaura

 

 

           Las enormes alas blancas acariciaban el aire con suavidad y

elegancia en lentos y pesados aleteos. Algunas plumas brillantes

se desprendían de las demás y quedaban vagando solas, como

pequeñas esquirlas cristalinas que se perdía entre las nubes.

Mis manos agarraban con fuerza el pelaje blanco del animal alrededor

de su cuello. Mis piernas colgaban en el vacío, entre sus patas encogidas

y notaba sus músculos elevar las brillantes alas hacia el infinito y luego

bajarlas despacio, golpeando el viento con dureza. Los movimientos

del animal debían ser fuertes para lograr mantenernos a ambos volando s

obre el cielo, sin embargo, eran tan gráciles que me sentía flotar, como si

en lugar de en un gran pegaso plateado me encontrara sobre una nube algodonosa y suave.


          Me atreví por primera vez a mirar hacia abajo. No imaginaba que hubiéramos

subido tan alto. Pero no sentí vértigo, ni miedo, todo lo contrario. Sentía una felicidad inmensa

al poder ver desde la lejanía el precioso paisaje que dejábamos atrás, lleno de colores y formas.

Verde, amarillo, azul, gris, marrón… cientos de diversas tonalidades dibujaban un cuadro

bajo nuestros pies, a kilómetros de distancia. Podía ver casitas blancas desordenadas

formando pueblos pequeños. Carreteras con vehículos que desde esa altura parecían de juguete.

Las olas del océano, estáticas, parecían plastilina. Todo estaba tan lejano y pequeño que parecía ridículo visto desde ahí. Todo parecía ridículo. Deseaba poder quedarme volando en ese pegaso para siempre y no volver a tocar la tierra nunca más.


          Abracé al animal con cariño y le pregunté: “¿podremos estar así para siempre?”. No dudó en contestar: “claro. Sólo espero que no te canses de mí”. – “¡Nunca lo haré! – repliqué. –“Quizá te canses tú antes”-añadí. Pero él rio. –“yo te quiero mucho, si alguien debe cansarse de alguien serás tú de mí”. No me apetecía continuar el debate y decidí centrarme en las maravillosas imágenes que tenía ante mí.


          Probablemente habíamos recorridos miles de kilómetros hasta que el cielo empezó a oscurecer. –“¡Mira, una estrella!” dije levantando la mano. – “Ten cuidado con moverte con esa brusquedad… me puedes hacer perder el equilibrio”. – “Lo siento.” – Millones de puntitos luminosos se encendía en la tierra y yo intentaba descifrar cada uno de ellos, disfrutando del increíble viaje con los ojos muy abiertos, para no perderme nada. Abracé al pegaso. – “Te quiero.” – le dije al oído. “Yo también”. Me respondió, pero con un tono un poco diferente al de las otras veces. Un tono cansado y aburrido. Yo no entendía por qué, pero seguía feliz mirando las estrellas y acariciando las nubes que nos encontrábamos en nuestro camino. En una ocasión alargué la mano con entusiasmo para tocar una de ellas, y el animal pareció perder un poco el equilibrio. “Lo siento”. Dije enseguida. Él no dijo nada, pero yo sabía que le había molestado aquel gesto.


                              -      ¿No crees que ya es hora de volver a tu mundo?

                              -     ¿¡Qué! ¿!No me habías dicho que estaríamos aquí, volando para siempre¡?.

                              -      Ahora mismo no estoy muy seguro si pueda aguantar más tiempo volando contigo.

                              -      Pero…


 

La bajada fue muy rápida, demasiado. Me lagrimeaban los ojos, no sabía muy bien si

por la velocidad del viento contra mi cara o por el cambio de planes tan brusco e inesperado.

En sólo tres minutos estaba en el suelo. Me había dejado caer unos metros antes de llegar

hasta abajo y él había emprendido el vuelo de nuevo, mientras yo lo miraba,

tirado sobre un duro suelo de tierra seca con pequeñas piedras que se me

clavaban en la espalda.

Cerré los ojos de dolor, y cuando pude volver a abrirlosél

era ya una pequeña figura que se perdía entre las estrellas.

 

 

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